Nada extraña esta devoción pues acogió en su seno en el cementerio contiguo a la Ermita a los difuntos del pueblo.
A sus pies, en la ermita, los antepasados rezaron, gozaron y lloraron.
Los recién nacidos le fueron presentados.
La saludaban al pasar por delante cuando acudían a labrar sus fincas o cuando al caer la tarde, con el rezo piadoso del Rosario retornaban a sus hogares doblados por el penoso bregar del día bajo un sol abrasador.
Desde su hornacina de cristal vio pasar los carros cargados de dorada mies camino de las eras o cargados de remolacha camino de la Azucarera.
Recogió las suplicas de los devotos y les sonrió al recibir su agradecimiento.
Guió a los niños en el sendero de la vida, protegió a los mayores y en su regazo cobijo a los difuntos.
La esquila de la ermita anunciaba que algún devoto estaba arrodillado a sus pies y convidaba a una oración a los oyentes.
Nuestro único deseo es que hoy siga esta devoción a Nuestra Señora de la Armola, y sobre todo que se siga celebrando con toda devoción el día 8 de septiembre de cada año.
Vitoria, 26 de julio de 1995 - Vidal Martinez de Zuazo.