La elección de Egaña para este Proyecto ha obedecido a dos criterios: calidad artística y calidad humana.
La calidad artística está de sobra demostrada por su competencia profesional como artista vasco de reconocido prestigio, puesta de manifiesto en la amplia obra realizada, tras una larga trayectoria pictórica; y por la valoración de la misma, recogida en publicaciones, reseñas, artículos y catálogos de exposiciones.
Iniciada en torno al proyecto artístico y cultural de Aránzazu, en cuyos muros queda constancia de su hacer pictórico junto con las obras de Oteiza, Chillida, Lucio Muñoz, Pérez de Eulate y Basterretxea– sigue posteriormente en iglesias del País Vasco y La Rioja, Puerto Rico y Alemania, así como en edificios civiles y cuantiosa obra de caballete, gráfica y publicista.
Su rico acervo plástico bebe de la mejor vanguardia artística del siglo pasado y su estilo representa una síntesis personal madurada y depurada en el tiempo, hasta el punto de poder ser considerado como uno de los últimos representantes vivos de la vanguardia clásica vasca.
La calidad humana es patente en la sensibilidad y profundidad con que trata en sus obras la condición humana en todas sus dimensiones, entre las que merece siempre una especial atención la apertura a la trascendencia, al misterio central y valores del mensaje cristiano que expresa con la fuerza plástica del lenguaje de las vanguardias artísticas del siglo XX, influidas por los dramas históricos de la centuria pasada.
Egaña siente, respira, sufre, ama y goza con el pueblo sencillo, de cuya vida se hace portavoz con gesto recio y color potente, como reclamando el protagonismo y la dignidad que la historia le niega y para cuya expresión no encuentra inspiración iconográfica más evocadora que la simbología de la tradición bíblica y cultural traducida a vocabularios plásticos renovados.
La espiritualidad franciscana, concentrada en la llamada a ser hermano menor entre hermanos, está presente de modo palmario en la elección y tratamiento de los temas exquisitamente humanos que plasma en sus obras. Pero su calidad humana no termina en el buen hacer de su oficio puesto al servicio de la causa humano/religiosa que le ha ocupado y preocupado a lo largo de toda su vida, sino además en la ternura, generosidad y hondura con que se comparte a sí mismo y se entrega en cada proyecto que emprende; demostrando con su modo de ser y actuar una coherencia acorde con los valores en los que cree y por los que se sube al andamio para dejar constancia gráfica de ellos.
El estilo fundamentalmente expresionista, que caracteriza su obra desde los comienzos, se pone al servicio de la historia del pueblo con trazos tan recios como amables, reflejo de las propias contradicciones y tensiones que tejen la vida cotidiana del ser humano en la historia. Pero su expresionismo, dulcificado con el paso del tiempo, ha permanecido siempre fiel a la figuración humana, a la que nunca ha podido dejar de lado.
Su tema es, ha sido y será el ser humano, siempre el ser humano enfrentado al sentido de la existencia, una existencia vivida en la historia concreta entre el drama y la esperanza. Por ello creemos que su pintura religiosa repite la tradición eclesial catequética del mejor didactismo plástico: los muros hablaban, contaban historias, la historia interminable, la historia de siempre… la de la vida, la muerte y el amor; con lenguajes y símbolos que evolucionaban con los nuevos tiempos.
Egaña, fiel a esta tradición, incorpora a sus pinturas lenguajes y símbolos de su tiempo que es el nuestro, como otras épocas incorporaron los suyos, con referencias locales y populares (el ser humano inserto en su comunidad local en un espacio y tiempo determinados y enraizado en tradiciones propias), pero también cosmopolitas y universales (el ser humano inserto en la comunidad global con sus tensiones, retos y esperanzas), buscando plantear una obra de fácil lectura, no críptica y no elitista, hecha desde el pueblo y para el pueblo.
Por eso ha hecho de Antezana/Andetxa su pueblo y el pueblo de Antezana/Andetxa lo ha hecho suyo.